Anfield es al fútbol lo que La Meca a la religión musulmana. Un lugar al que todos sus adeptos deberían peregrinar al menos una vez en la vida. Y yo tuve la oportunidad de hacerlo con un genio de la pelota: Xabi Alonso. Uno de los mejores medios centros del planeta que no sólo nos esperaba con entradas para el partido contra el Chelsea en la mano, sino que nos enseñó sus entrañas, nos permitió pisar su césped y tocar esa placa que en plena boca de vestuarios avisa a los rivales de lo que se les viene encima con la ya eterna leyenda de: “This is Anfield”.
Era noche cerrada en Liverpool. La temperatura no superaba los cero grados y acaba de empezar a nevar sobre el césped de Anfield. Las luces del estadio seguían encendidas y la zona de vestuarios era un hervidero de jugadores recién duchados y mujeres de rompe y rasga.
Xabi caminaba despidiéndose de compañeros y rivales, con la sonrisa en la boca y ocho tacos en el empeine gentileza de Frank Lampard, cuando al girar a la derecha una luz brillante se atisbó en nuestro horizonte. Me paré un segundo, levanté la mirada y allí estaba la placa que durante generaciones, todos los jugadores del Liverpool han acariciado con la punta de sus dedos antes de salir a uno de los campos con más historia, más pureza y más sentimiento del fútbol mundial.
“This is Anfield”, reza la leyenda. Para que nadie, absolutamente nadie, salga a este estadio sin saber que está a punto de pisar una de las mayores catedrales del fútbol mundial y cuya parroquia es la hinchada más fiel y entregada que se conoce.
Una afición que sintetiza el sentimiento Red en una estrofa: “You´ll Never Walk Alone” (nunca caminarás solo) y que corea al unísono desde los instantes previos a la salida de los jugadores, hasta que el árbitro señala el inicio del encuentro, cuando el cántico se transforma en un grito de guerra ensordecedor. Durante ese tiempo no se escucha nada más, sólo las gargantas de miles de enfervorizados ingleses bien aderezados con zumo de cebada.
Es un ritual. Forma parte de una liturgia que a los jugadores les da ese puntito de más, a los rivales ese puntito de menos y a los visitantes esa emoción que te pone los pelos de punta y convierte este campo en único.
Y así, con esos recuerdos bombardeándome la cabeza, salté al terreno de juego con Xabi precediéndome en un paseo para él habitual y para mi inolvidable.
“¿Qué haces? Ah, sí, sí, saca fotos, claro”. Esas fueron sus palabras cuando, asombrado por el escenario, me quedé inmóvil a punto de pisar el campo. Porque Anfiled es un campo diferente. Es un campo antiguo, un campo pequeño, un campo bello, un auténtico campo inglés de los de toda la vida.
El silencio era absoluto. Casi se escuchaban los copos de nieve adormecerse en el césped cuando al darle la espalda y salir por una puerta contigua que da al parking el ruido y los gritos se hicieron ensordecedores y los flashes nos cegaron la vista. Algo intimidante para una persona de la calle. Algo habitual para una estrella mundial a la que esperan sus fans en masa cada día de partido y para los que siempre tiene una sonrisa, un saludo y unos minutos que dedicarles. Es lo que diferencia a los grandes jugadores de las grandes estrellas. Los grandes jugadores lo demuestran sobre el césped. Las grandes estrellas, lo demuestran dentro y fuera del campo. Y Xabi Alonso, es una de las estrellas que más fuerte brillan en el firmamento futbolístico mundial.
Y así dejamos atrás Anfield para celebrar la victoria en un restaurante, como auténticas estrellas del rock. O así me sentía yo. Pero antes de todo esto, pura anécdota. Fernando Torres había matado a su actual equipo con dos goles en los últimos 5 minutos tras otra clase maestra del genio tolosarra, lo que alejaba a los londinenses de llevarse la Premier.
Era la época dorada de los chicos de Liverpool. Del Spanish Liverpool. Que tocaron la gloria e hicieron las maletas en busca de metas todavía mayores, aunque para ello tuvieran que abandonar el campo entre los campos, la catedral entre las catedrales, el olimpo de los estadios de fútbol, el maravilloso Anfield.
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